Nací mujer y mi madre lloró
El 12 de octubre de 1990 a las 11:30 pm sonaron dos llantos, el mío tras la nalgada del doctor y el de mi mamá y no por el dolor del parto que la anestesia tardía no quitó.
Mi madre lloró por no parir un hijo varón.
Dice que no sabe si fue por la desorientación de la anestesia que le hizo efecto hasta después del parto, por traerme al mundo en una cesárea que dolió en carne viva o porque realmente le entristecía que naciera mujer.
Las lágrimas de mi madre salieron con la presión que me faltó a mí para nacer en forma natural, pero las mías solo se escucharon, por eso de que los recién nacidos lloran sin lágrimas hasta que el cuerpo madura para llorar con lágrimas o hasta que este mundo duro se las saca.
A mí las lágrimas de verdad me tardaron en caer 19 años, y fueron por la misma razón por la que mi mamá lloró ese día, por haber nacido mujer.
Fue entonces que entendí porque se llora al saber a las hijas mujeres.
Para cuando yo nací, ella ya conocía el lugar que las mujeres ocupaban en el mundo.
A los 19 años se aprovecharon de mi cabello largo de mujer para sostenerlo y golpearme la cabeza contra la mesa, a esa edad, cuando comenzaba a ser mujer, me quisieron quitar lo mujer y lo persona.
Tuvieron miedo de que viera el mundo con esa capacidad que sólo tenemos las mujeres de percibir más colores, de sentir más, de vivir más y me quisieron encerrar entre paredes oscuras, quitándome la vida como yo la sabía vivir, intentándome quitar todo lo que era, todo que me vivía. Cuidando con detalle que los golpes no estuvieran en lugares visibles, pero se les escapó un detalle y con ese detalle me les escapé yo también.
El detalle, era la misma causa del maltrato, ser mujer.
Se les olvidó que el umbral del dolor de nosotras es alto y resiliente.
No contaron con que este cuerpo tiene la capacidad de dar vida, y yo me la di, me nací de nuevo.
No pensaron en que además de ser mujer soy mexicana, y aquí las mujeres nos hacemos fuertes porque no hay otra opción, porque aunque es un país hermoso retacado de colores, uno de los más estridentes es el rojo de nuestra sangre con el que durante vidas han manchando nuestra paz.
No contaron con que las mujeres sí tenemos el privilegio de llorar y de que nos llamen locas, histéricas e intensas. Y lo hice, lloré, lloré mucho, y mientras lo veían como una debilidad, yo lo veía como un desahogo y me convertí en una loca que usó su llanto como un riego a todo lo que me quisieron marchitar.
Lloré mucho por ser mujer, por que de haber nacido hombre como quería mi madre, no me hubieran querido lastimar, pero también lloré gracias a que soy mujer, porque en este país a los machos no se les permite llorar.
Lloré, lloré mucho, lloré todo y me hice fuerte. Recompensé la fuerza física que no tuve para defenderme con la fuerza interna que se gestó en mí por la rabia de ver cómo sentían que tenían derecho de apagar a una mujer.
Y me hice valiente y amorosa, aprendí que sólo hay dos formas de transitar el dolor: construyendo o destruyendo.
Y decidí construir. Construir con mi cámara, con las palabras que salen de mi boca y con los besos que da. Y estoy segura que toda esta reconstrucción no habría sido posible de no haber nacido con la magia y fuerza de ser mujer.
Llora mamá, llora porque nací mujer, pero de orgullo, porque quiero volver mujer en todas las vidas que me toque volver.
