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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 5 nov
  • 2 Min. de lectura

Con su mirada ágil y táctica se metió en poco tiempo en mi persona, solo le faltaba entrar a uno de mis rincones más preciados, el de mis sueños. 

Ese espacio sagrado en el que Dolores me susurra los siguientes pasos.


Ya pasó, por primera vez entró en mis sueños. 

Estaba de espaldas y se iba. 


No me dio miedo, porque si algún día lo hace sé que no me quedaré sola, porque estoy conmigo y con las personas que tengo escritas en mi ventana, estoy con mis plantas, mi café, estoy con la luz que entra de 2 a 5 por la ventana del salón, y sí, a veces también con la nube que me hace pesada la cabeza y me atrapa entre las sábanas, la que alivio con el arte que me sale de el dolor y que empata con otros corazones ayudándoles a sanar. 


Él me ha repetido que es fácil estar conmigo y yo quiero repetirle que si algún día se quiere ir, también será fácil., como el sueño. Porque como me dijo mi padre: “La libertad es lo más bonito que el ser humano puede tener”. 


Porque aunque su tierra sea plana y la mía redonda y aunque la palabra feminismo nos cause sensaciones contrarias, yo lo quiero entre mis sábanas tramposas, porque el verdadero amor es la libertad de dejar ser a las personas., y que con todas esas diferencias tan lejanas como la distancia entre Montreal y el desierto de Zacatecas nuestras almas decidieran juntarse en una noche que no ha terminado. Aferrados a un abrazo, sabiendo que nos podemos ir como en el sueño, pero con la decisión de quedarnos juntos solo por esa noche de agosto, que hoy no queremos que termine.




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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 2 nov
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 2 nov


Dolores no me dio la vida, 

pero me la salvó. 

Y a mí me dan ganas de hacer lo mismo con ella,

por eso hoy no hay altar.


Dolores:


Hace mucho que no me pasaba eso de que las sábanas blancas de mi cama me atraparan. 

Ayer no les importó que la vida va en orden y que hasta me estoy enamorando. 


En todo el día no me dejaron salir de la cama, ni para que el agua cayera sobre mi cuerpo intentando limpiar la tristeza que me diagnosticaron las doctoras de los pensamientos. 


Hoy, en el esfuerzo de vivir, puse música y puse en orden la casa, esta que los que visitan dicen que parece la de una artista, la puse en orden y la barrí, mientras lo hacía intentaba encontrar cuál era el desorden de mi cabeza que me tenía así, pero todo parecía ir bien ahí dentro. 


Esta vez, no encontré nada de motivos, esta vez mi melancolía no parecía tener razón de venir. 


Al salirme de la regadera me di cuenta de que la crema para la cara se me había terminado, tomé la del cuerpo y solo tenía dos gotas. Con las manos un poco desesperadas por la resequedad que sentía en la piel, rasqué en la canasta de las cremas, y se enganchó a mis dedos un frasco de “pomada de la campana”.


La misma que guardabas en el buró del mueble de caoba que después se convertiría en mi recámara, cuando en una de tantas que me salvaste la vida convertiste tu casa en la mía. 


Pensé que lo que necesitaba era crema y no pomada, así que leí las instrucciones: 

“protege y humecta tu piel... Modo de uso: úsala una o dos veces al día sobre la piel limpia”. 


Viéndome al espejo que esta mañana raramente no se empañó por el agua caliente que busco que me queme los pensamientos que me llevan a la tristeza, la unté sobre mi cara que a pesar de la limpieza del baño se seguía viendo triste. Mis ojos en el espejo se veían como pozos sin fin, como cuando se ven cuando te buscan en el infinito de la soledad que llegó cuando te fuiste. 


Al sentir mis manos (que es lo único de mi cuerpo que heredó de ti) y el olor de la campana, me di cuenta de que la crema no se terminó por casualidad. Habías venido una vez más a curarme lo que me dolía con tus manos y tu pomada.


Ahí me di cuenta de que mi tristeza me la trajeron los muertos que vienen a México en esta fecha. Es dos de noviembre y no me había dado cuenta.


Hace poco vino una persona que no me conoce, acompañó a un amigo a mi casa y en menos de cinco minutos de estar aquí me dijo “Tu abuela es muy importante para ti”.


Sabes que mi casa es un homenaje para ti, para pensarte, para no olvidarte. Sabes que mi vida está dedicada a ti, porque hay personas como tú, para los que no basta mandarles flores o dedicarles canciones, a las personas como tú se les dedican vidas enteras. 


Pero hoy 2 de noviembre no tienes altar en mi casa, aunque todo el año está puesto junto a la ventana con tus fotos, papel picado y cigarros, dio la casualidad de que cuando llegaba el 1 de noviembre, sin planearlo, lo quité y no volvió a su lugar. 


Porque a once años de la partida de tu cuerpo que me partió el corazón, no te quiero saber muerta. 


Por eso quité el altar, porque tampoco quiero que te sepas muerta, quiero que sepas que  no necesitas un altar para venir, quiero que sientas mi casa como la tuya, así como tu hiciste del patio de Allende y Libertad la mía. 


No quiero que vengas una vez al año en 2 de noviembre, yo quiero que estés aquí siempre y que como dicen las instrucciones de la pomada: me acompañes con las caricias de tus manos grandes una o dos veces al día sobre mi piel limpia. 



Tu chaparrita, la más fiel.


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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 27 oct
  • 1 Min. de lectura

¿Por qué le hice bombón bombón?

Si sólo se lo hago a quien yo más quiero,

a quién no me da miedo mostrarle mi ternura, esa que algunos han visto como debilidad. 


¿Será porque con él voy sintiendo de poco a poco que el amor es la fuerza más poderosa y que ir en contra de él sería una batalla perdida? 


Tengo la respuesta: le hice bombón bombón, porque aunque todavía no lo quiero todo lo que le puedo querer, esta vez el amor es una batalla que no quiero perder, por eso entregué las armas y con ellas mi ternura y mi bombón.


Y aunque me cumplo todas las promesas y mi pasado me ha hecho la de prometerme que yo no vuelvo a sufrir de amor, ni a querer con todo el corazón, a él le hice le hice bombón bombón porque la locura todo lo cura y esta vez me he encontrado a un loco como yo que le gustó mucho mi bombón bombón.


Somófora


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