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  • Foto del escritorAdriana Somófora

Atrevida, caótica, peligrosa, sucia, ruidosa, poderosa, activa, recia, valiente, fría, la primitiva y adelantada, la amenazante robusta de luz delicada.


La que me enamoró a primera vista, titán en el que encontré el rincón donde me resguardo de la vida.


Esa que envuelve en capas de cemento la caprichosa naturaleza de millones de humanos, la que me cuenta miles de historias nuevas cada día, la que cambia de nombre si le da la gana, la que hace vivir la vida rápido, pero vivirla.


La que me presenta gente de todo el mundo y sabores de todos los precios.

La que despierta todos mis sentidos para estar alerta, para sentirme viva.

La que asusta, la que si no te mueves te come, la que si no creces con ella te desaparece.

La que nos mueve entre sus venas coloridas, esa que se parece a mí causando el caos cuando llora.


Como me excitas condenada, con tus curvas y tu altura, con tus barrios y tu historia, hueles mal pero sabes a gloria.


La inolvidable para los que se van y la adictiva para los que nos quedamos.




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  • Foto del escritorAdriana Somófora

Dolores, perdóname por no escribirte ayer, fecha en la que los muertos bajan a la tierra.

Pero es que aunque ya van siete altares que te hago, aún no acepto eso que llaman tu muerte.


Algunos me han preguntado por qué lloro de repente, o por qué hablo de ti con una mirada triste que cuenta mucho más que mis palabras, y es que no puedo dejar de llorarte, no quiero dejar de llorarte, porque siento que sería como olvidarte, como si ya no me importara no poder abrazarte.


Hay días en los que duermo mucho y no sé si es por mi diagnosticada tristeza o por los intentos que hago de buscarte en mis sueños.


En una de nuestras últimas pláticas te dije que te fueras tranquila, y quiero que allá en donde estás sigas así, soy muy feliz porque te tuve, pero vivo triste porque ya no estás.


Sé que ayer viniste a tu altar, sé que todos los días vienes y que todos los días me quieres, pero hay días (muchos) en los que quisiera llegar a la casa y contarte que sigo casi a cada segundo guardando la vida en mi cajita negra, porque tengo miedo de que se me vaya algo otra vez, quisiera contarte que encontré a alguien de manos grandes y ojos de laguna que también me llama “mi chaparrita”, que cumplí 31 pero me siento una niña, tu niña, que sigo aprendiendo de la vida y que cada que sigo tu ejemplo me va bien.


Quisiera decirte tanto y es entonces que todo lo que te quiero contar va cayendo como un nudo en la garganta, que tengo que sacar cada día en llanto y es por eso que te lloro tanto.



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  • Foto del escritorAdriana Somófora

Hoy conocí las lágrimas más pesadas.

Sus dueñas, las madres de los desaparecidos.


Pesadas por el incalculable dolor que cargan desde que no ven más a sus hijos.

No lloraban mucho, eran pocas sus lágrimas, pero pesadas como el plomo.

Se tardaban en caer, quizá les quedan pocas de tanto que han llorado, pero cuando lo hacían a su paso rasgaban sus caras y alma.


Mientras otras madres conservan en sus mesas de centro ramos de flores vivos y frescos por ser 11 de mayo, ellas con la vida marchita piden a gritos que les acaban la voz,

encontrar a su hijos, aunque sea muertos, pero encontrarlos.


Al pasar con mi cámara, daban la cara y extendían las pancartas, esperando que la foto tomada tenga el destino de dar con el paradero de sus hijos.


Vi a una madre acariciando la foto de su hijo, no escuché que le contaba, pero pude leer en su mirada que le decía que nunca dejaría de buscarlo.


Me dieron ganas de ser creyente para rezar por ellas, de abrazarlas, de decirles que lo sentía y que comprendía su dolor, pero solo entre ellas pueden comprender y compartir su pena.


Juntas marchan, cantan, piden ayuda, piden justicia, todo sin miedo, pues como dicen ellas ya les han quitado la vida.





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