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A tu manera

Foto del escritor: Adriana SomóforaAdriana Somófora

Actualizado: 2 mar

He escrito de casi todos los sentimientos que he sentido.


He escrito de amor, dolor, duelos, muerte, traición, tristeza, felicidad, magia, he escrito de todo y de todos, menos de mi padre, he escrito todo menos del terror.


Y seguiré sin atreverme a escribir del terror, porque ese que me hizo sentirlo, también fue el mismo que me llevó todos los días al colegio con la música que yo quería a todo volumen, fue el que me enseñó a ser aventurera y a trabajar con pasión. 


Fue el que me mostró que se puede ser artista y todo lo que quieras, él, el pianista de una sola mano que llenó con su música salas de concierto con las que conquistó a mi madre. 

Y con la que me hicieron hija de la música, pero de una que se abandonó y se ahogó en su mente padecida. 


Tal vez por eso yo no pude ser pianista y después me fui enamorando de músicos de los que no salían notas de amor.  Por esta pelea atorada que carga mi familia con la música.


Fue él el que me dijo que lo más bonito que podía tener el ser humano es la libertad, aunque después me la quitó. 


Y fue ahí donde sentí terror, atada de manos, con baldes de agua fría que me golpeaban tan duro como sus palabras, con el calor de su coraje y de la lámpara que me apuntaba como en interrogatorio de algún crimen. Mi crimen, ser libre como él me lo enseñó. 


Con más piel morada que natural en el cuerpo lo único que se me rompió fue una parte de mi cerebro y no por las decenas de golpes que me dio en la cabeza. 


Se rompió porque la misma persona que un día me despertó en la madrugada para llevarme a pasear por la ciudad toda la noche para conocer la nieve que caía, y la que me bajó las estrellas pegándolas en el techo de mi cuarto, fue la que me llevó a una casa que no era la mía y no me dejó salir de ahí completa. 


Me quitó mi libertad, y me quitó al hombre que llegó un día con la cajuela llena de latas y refrescos y nos llevó a vivir en el campo de la huasteca por dos semanas, escalando montañas y bañándonos en ríos turquesa. Cerrando todos los días con una fogata. 


Él me enseñó a conectar con las personas y a tomar mi primer café y el más rico que he probado en mi vida, en una lancha al amanecer de unas cascadas. 


Crecí con una violencia no diagnosticada de mi padre, recibiendo golpes de quien me debía cuidar del dolor, al mismo tiempo que me convertía en una mujer poderosa, dándome permiso para andar en cuatrimoto por el rancho a los seis años, y diciéndome que a veces era más importante jugar que hacer la tarea, creando en mí esa irreverencia que me hacer la Somófora que soy. 


Tenía la duda si había intentado amarme, intentado amarnos. 

Confirme que sí, cuando entendí porque hace unos años se alejó. 


Si algún día se acercara, sólo le diría una cosa:


Vive como esa canción que tocabas, a tu manera, y con lo más bonito que puedes llegar a tener, tu libertad. 


Intenta curarte con el arte, cúrate con la música, que yo lo seguiré haciendo con mi pluma y con la cámara que tú me enseñaste a usar. 

Haz sonar el piano con “ojos españoles” yo te escucharé de lejos, siempre de lejos.




 
 
 

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