A caballo regalado
- Adriana Somófora
- 22 jun
- 5 Min. de lectura
-¿Estás bien? … ¿Qué necesitas?
-Un sacro y un caballo
El dolor ya casi se iba para cuando recibí estas preguntas en el audio del que alguna vez las libélulas en el estómago me habían hecho querer.
Dolor que me brotó hace unos días cuando soltaron una manada de yeguas broncas y Marbella (la yegua que monto) se asustó.
No era la primera vez que me tiraba, aunque monté antes de aprender a caminar y a relinchar antes de pronunciar palabras nunca me había caído, hasta que Marbella a medio galope sacó las ancas de lado y dio vueltas hasta que caí. Esa sí fue la primera vez. Sentí las pezuñas tan cerca que me rozaron el cuerpo y la cara pero alcancé a rodar para que no me lastimaran, después de eso en unos segundos hice un escaneo de mi cuerpo y cuando comprobé que nada estaba roto, me levanté, sin miedo y sin sacudirme y me subí de nuevo al galope.
La segunda vez y por la que me preguntaba el de las libélulas que cómo estaba, fue un poco más enrevesada. Me había jurado que esa yegua no me volvería a tirar, pero cuando la manada bruta pasó, Marbella dio tantos reparos y parados de manos que fueron aflojando la albarda y mi voluntad hasta caer. Mis compañeras y yo tratamos de calmarla todas a la voz de “o” y yo con la rienda y la paz que le quise contagiar, pero nada de esto fue suficiente.
Sentí la caída eterna, tanto que si la recuerdo puedo volver a ella como si todavía estuviera sucediendo, en ese momento estaba sintiendo tanto por dentro que mis sentidos comunes se intentaron apagar, casi ensordecida creí escuchar a lo lejos y difuminado que Renata me gritaba algo como “salta”, no sé, no entendí muy bien y hasta hoy no entiendo muy bien qué es lo que intentaron decirme Renata y la caída. Caída que se pasó tan lento que mientras bajaba tuve tiempo de pensar que esa sería mi última vez en el lomo de Marbella.
Esta vez no rodé, no porque no pude, tengo claro que no quise hacerlo, al caer me derroté, no me importó cuidarme de las patas del caballo, eso me pasa a veces, lo de dejar de cuidarme después de una caída.
Un dolor en el sacro y la voz del caballerango me despertaron de la pesadilla de la caída, aunque por fuera no quedé inconsciente, tengo muy claro que a mi alma le dolió tanto que por un momento se salió de mi cuerpo o quizá no se salió y fui yo la que al caer tan brusco la abandoné arriba del caballo.
-Pon la cara en el sombrero
Me dijo Zacatecas, el caballerango que se llama como el estado de donde viene mi amor por los caballos. Nada es coincidencia. Él y todos los que estaban ahí y fueron llegando me cuidaron, y cuando vieron que me podía parar me dijeron “súbete al caballo”, tal como lo habría hecho mi abuelo.
Porque el miedo en el animal y en la vida no sirven de nada. En la vida charra se “agarran a los toros por los cuernos” y “no es jinete el que no se cae y se vuelve a montar”.
Con las pocas lágrimas que me permití sacar sobre la cara y dolor en los huesos y en el alma que ya me había regresado al cuerpo, me subí a la yegua para dar unas cuantas vueltas a paso y lágrima lenta, sin sonido de galope ni de sollozos.
Me dolía la cadera a cada paso que daba, pero me dolía más la tristeza de no volver a montar y el orgullo de romper la promesa que me había hecho de no volver a caer en el caballo y en la vida, así que me fui a paso a mi casa, para relajar la mente aunque doliera el cuerpo al avanzar.
En el camino pude llorar un poco más y desahogar lo que estaba sintiendo, justo al tomar un camino diferente al de siempre, me llegó a la cabeza una persona, con la que tengo un acuerdo de sentir todo menos sentimientos, pero esta vez, yo quería contarle los míos, deseaba verlo sólo para contarle mi tristeza, no sé porqué pensé en él, pero lo pensé tanto que justo en ese momento me lo crucé de frente.
- ¿Cómo estás?
- Mal (no tenía fuerza para disimular, y era lo que había pedido en ese instante, tenerlo ahí para contarle lo que sentía)
La prisa de la agenda y la de sentir poco y rápido nos regresó pronto a nuestras rutas.
Me quedé en shock, ¿por qué me lo había encontrado justo en ese momento? pudiendo cruzarme a cualquiera de los 20 millones de personas que hay en esta ciudad, ¿por qué me había caído del caballo dos veces en tan pocos días, si nunca me había caído? ¿por qué me sentía tan triste si creía que lo tenía todo? ¿por qué quería sentirlo todo si había acordado no sentir nada?.
Me di cuenta de que llevo mucho tiempo rescatándome de mis caídas, y aunque estoy orgullosa de llevar sola las riendas de mi vida, ese día me cansé, tal vez por eso terminé soltando las del caballo. Pude irme sola, incluso caminando, pero la verdad me hubiera gustado que me consolara alguien más que Zacatecas, alguien con quien pudiera irme a mi casa sin tener que caminar sola deseando que alguien me salvara la tristeza.
Me di cuenta de que aunque puedo y he podido con esto y más, conmigo y con otros, me gustaría que alguien me compre un caballo.
Pude entrenar en el equipo porque la entrenadora me vio talento, pero yo fui clara desde el principio, “tengo todas las ganas y poco caballo” fue entonces que me prestaron a Marbella, una yegua sobrada que necesitaba una jinete con fuerza para montarla y apaciguarla, y vieron esa fuerza en mí, fuerza que muchas veces yo soy la última en verme.
Cuando me caí de Marbella, me dolió el sacro y me dolieron las heridas pasadas, la de ser valiente e independiente porque en realidad no tuve otro camino para galopar, la de ver a mi abuelo regalarle potrillos a mi hermana y a mis primos y que nunca llegará uno para mí, la de ver cómo amaban a otros mucho más que a mí. La herida de una de las tantas promesas no cumplidas de Norberto de regalarme un caballo, que a lo más que llegó fue a dejarme ponerle nombre a su caballo, Vaquero, el que se asustaba con los sonidos de besitos, como Norberto que se asustaba cuando lo querían. Y la herida que me ha hecho tener esa fuerza que ven otros antes que yo, la de no tener otra opción más que volverme a subir al caballo.
Durante el accidente no me asusté porque me enseñaron a no hacerlo y porque la tristeza no le dejó espacio al miedo, me puse triste mientras caía porque iba tomando la decisión de no volver a montar a Marbella, en la larga caída me fui rindiendo a esa yegua y con eso a mi sueño de sangre de ser una charra Delgadillo.
Después la calma que me dio de la lenta caminata a mi casa me dijo que yo me puedo comprar mi propio caballo y volver a montar, pero sentí otra caída cuando me di cuenta de que esta vez no quiero hacerlo.
Esta vez tengo ganas de que alguien me ame tanto como para regalarme un caballo.

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