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Sabor a ti

  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • hace 12 minutos
  • 3 Min. de lectura

La magia existe, a mi familia nos la enseñó el mayor de los hermanos de mi abuela, José de la Serna Valdivia. 


El que con su magia me lee en esos momentos, lo sé porque al tomar la pluma, sin programarla comenzó a sonar desde la consola “Sabor a mí”... “Tanto tiempo disfrutamos de este amor nuestras almas se acercaron tanto así“ 


Frases que no pueden describir mejor el tanto tiempo y tanto amor que nos dio a los de la Serna. 


Este doctor fue el que marcó la vara y el apoyo para que todos los que seguíamos en la fila familiar fuéramos personas de bien, porque deja más educar con el ejemplo que con las palabras. 


Cipriano, su padre quería que se dedicará al rancho, pero su madre (la primera Dolores de la familia) insistió en que sus hijos estudiaran y junto con mi Dolores trabajaron los hilos para bordar las carreras de los hombres de la familia. José eligió la carrera de medicina y viajó a la capital y al extranjero para convertirse en el primer médico especialista de Aguascalientes.


Después de estudiar volvió a su tierra  para curar los riñones de sus pacientes  y algunos corazones de la familia cuando se nos rompían. 


No sólo nos enseñó la magia logrando posible lo imposible, también lo hizo  al hacernos olvidar que la vida es un momento. Siendo el hermano mayor, fue uno de los que se quedó más tiempo, estuvo presente y abrazable desde 1921 hasta hace un par de días. 


Durante estos 104 años nos dio muchos regalos, entre ellos unos hijos auténticos y amorosos a los que les corre la magia en la sangre y se les sale por los ojos para compartirla con nosotros.


Uno de sus regalos más importantes, es el de siempre tener las puertas abiertas de sus ranchos y casas para reunir a la familia. Todas esas tardes en San Pancho y Zaragoza me hacen recordar de dónde vengo y hacia dónde quiero ir. 


Él hacía la vida poesía, como la tarde que me regaló un campo de flores.

En su rancho de Calvillo en el otoño crecían millones de mirasoles, ese día cuando mi hermana y yo corríamos con las manos extendidas y arrasando puños de flores en nuestras manos, sus ojos luminosos que daban ternura y paz, nos miraron y con su sonrisa gigante pronunció: “Llévense todas, con que me dejen unas cuatro está bien”. 


Siempre presente cuando de aliviar a la familia se trataba, como médico pero sobre todo como hermano, padre, abuelo, tío. Como cuando tuve el accidente y la parte que me rompí de todo el cuerpo fue el riñón, ahora sé que no fue casualidad que ese órgano se fisurará, fue una pieza de mi vida que me enseñó como una persona puede ser tan admirada y respetable sin perder la sencillez. Porque para mí era simplemente mi tío Pepe, pero cuando los médicos que me atendían vieron pasar al Doctor de la Serna, mi caso se volvió el más importante del hospital para poder aprender de la eminencia que iba con toda su ternura a visitar a la niña que se cayó de la moto. 


Otras de sus tardes hechas poesía es la de cuando en los últimos días de mi Dolores le dijo a su lado: “Deberíamos vernos más seguido, siempre, todos los días, toda la vida”. 


Tío Pepe, estoy segura de que tu trascender sigue siendo poesía, porque si alguien se gana el cielo han sido los de la Serna Valdivia.


Te pido un regalo más, cuando llegues con tu hermana, dale un abrazo de mi parte y dile que así como tú le enseñaste la vida de la mano, ahora ella te enseñe el cielo. 


Descansa en paz tío, vuela tranquilo que con tus 104 años nos dejaste sabor a ti  para todos los días, para  toda la vida.



José de la Serna Valdivia
José de la Serna Valdivia

 
 
 

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