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Foto del escritorAdriana Somófora

Nací de paso

Actualizado: 16 sept 2022

En los últimos días, Don Jesús Delgadillo, el señor que pareciera derramado del bolígrafo de Juan Rulfo, se pone cada minuto más ligero, aún con esto vive con más peso, pues se siente más la vida cuando se está yendo.


El doctor dio una receta para 7 o 15 días, después de esto ya no quedarían más que los dichos del abuelo en nuestras memorias y una colección de tejanas emplumadas.


Estábamos en el día diez y sonó la muerte cerca de la habitación. Salía de la tele de la cocina, en todos los canales se veía la noticia de la muerte de la reina Isabel II, la tía Rosa, hermana de Don Jesús, quien llevaba un peinado similar al de la reina, veía la pantalla más desconcertada que atenta , mientras el mundo tenía años listo para la operación "Puente de Londres" Rosa no entendía porque la reina había fallecido si se veía tan bien. Le parecía bastante lejano el día del cambio de billetes e himno de Inglaterra, pues Isabel sólo estaba seis años adelante que ella.


Somos de una familia de muchas historias, bastantes que se cuentan en tono de leyendas fantásticas, y un par que son secretos que sólo con el pasar de los años y las necesidades de la cordura se han ido desmenuzando, pues solemos estar mucho tiempo por aquí, en la vida.


Conocí a mi bisabuela muy bien, ella falleció cuando yo ya era adulta, pocos días le faltaban para soplar (porque si podía hacer eso y mucho más) 100 velas en el pastel.


Estamos en septiembre el mes del cumpleaños del abuelo, que hace unos días dijo que festejará en el cielo.


El abuelo padece cáncer si mal no recuerdo (porque las cualidades de la buena memoria se han ido perdiendo de generación en generación) desde hace dos años. Hace unos meses en lo que era el principio del año anunciaban el fin de su vida. Tenía a mi mamá al teléfono dándome la noticia en una llamada rápida y corta porque tenía el apuro de lavar su ropa negra.


No fue necesario ponerse la ropa que ya estaba limpia, ni viajar para la despedida. La siguiente vez que lo vi, fuimos a San Sebastián, su lugar, su corazón, ahí comprobamos que literalmente ese lugar le da vida. Era claro que la tierra que lo vio nacer y que después trabajó durante más décadas de las que la reina Isabel estuvo en su cargo, reconocía que era el niño que había parido Doña Emilia Gaytán en el casco de la Hacienda, y que cada que recorría la brecha para volver le volvía a regalar una fracción de la vida que le dio cuando la cortadora de guayule, aún no llegaba a su segunda década.


Los médicos no encontraban en ningún libro la explicación a porque Don Jesús seguía caminando. No sé si se enteraron que en esta visita al rancho manejó su Ford apodada "La Azulita" una camioneta dura de 1979, aunque las radiografías de los hombros estaban llenas de negro que se interpretaba como dolor, el tuvo la fuerza para recorrer la brecha que se sabe a ojos cerrados.


Jamás encontrarían explicación a esto en en un libro, la razón está en la vida que le vuelve a regalar la tierra que lo vio nacer.


El recinto de su despedida, no está siendo ese lugar de propiedades mágicas, pero él por alguna razón, aunque la familia está preparada para nuestra propia operación "Puente de Londres", se está aferrando a la vida tan fuerte como se aferraba a la silla de montar en el coleadero.

Quizá le falta amansar a alguno de sus casacabeles o quizá ama tanto a la vida como al campo.


Sentimos su cuerpo más frágil que las estatuillas de lladró que colecciona Rosa por toda la casa, tanto que al tocarlo se quiebra hasta la sangre, pero la fuerza de su espíritu es tan resistente como la muralla del casco de la hacienda, que sigue aquí, atrayendo a la vida, galopando en el tiempo preguntando por su mamá, pidiendo que se abran las puertas de los potreros y que se revise el nivel del agua de Juanelo.


En esas llamadas a la vida el otro día gritó "¡Rocío Rocíooooo! ¡Ya esta el caballo ensillado!" así que me monté en su magia y usé al alazán (porque imaginé al Fronterizo, el caballo en el que me enseñó a montar), que ya me tenía listo para galopar hacia su cuidado.


Al llegar vi que la magia nos respondía, a él con un lagarto de esos que solo se encuentran en el semidesierto de Mazapil, en el jardín y a mi con colibrí, como el que atravesó tres puertas para llegar a la cama en la que mi abuela se estaba despidiendo.

Aunque el lagartijo estaba a sus espaldas y no lo vio con los ojos, él sabía que estaba ahí y dijo "Llévense ese animal" por mí lado y el del colibrí, empecé a platicar con el pajarito en el silencio del recuerdo de mi abuela, haciéndole preguntas sobre el camino a la muerte, que ella ya conocía, cuando escuchó nuestra silenciosa conexión voló hacia la ventana, me miró fijamente a los ojos , y tuve todas las respuestas que necesitaba y que Dolores me mandó.


Aunque el abuelo mantiene por horas la fantasía que ha sido su realidad por más de noventa años, ya son más frecuentes los momentos en los que recuerda que su mamá se fue y pide estar con ella en el cielo.


Abuelo: por eso hoy te quiero decir que estés tranquilo, el nudo ya está ensillado para ir al cielo. No temas, vas a un lugar donde no suenan cascabeles. El día que estés listo para agarrar galope, no te miento, las nubes de San Sebastián llorarán como nunca, pero después de eso tu legado reverdecerá y escucharemos tus dichos en en la corriente del arroyo, por siempre agradecidos por el amor al campo que nos enseñaste.


Voy en carretera envuelta en ironía, viajando para documentar el embarazo de Teté. Quiero posponer el llamado para estar con mi familia en el momento en el que nuestro guía se vaya, pero no puedo porque Leonel está a punto de nacer.


Y en esta carretera se hace más presente que nunca, que hasta las reinas caen de su trono, y que todos los días estamos de viaje entre la vida y la muerte.










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