Alguna vez escuché que la única relación que se acerca a lo eterno y ni siquiera sabemos si llega hasta allá, es la que tenemos con nosotros mismos.
Estoy en la etapa de conocerme y por suerte, al día de hoy me caigo bien.
Llegué a vivir a la calle de Allende y Libertad hace tres décadas, con el nombre de Adriana, pero nací realmente a los tres años, cuando me bauticé como Somófora.
Las mujeres de mi casa, y el silencio del pueblo me prepararon con buenos sentimientos y con algunos sufrimientos heredados que aún cargo.
Mi persona sigue agarrando forma, aunque creo que el fondo ya lo tiene desde que me cargó mi abuela por primera vez.
Nací nostálgica, sensible, artística, rencorosa, llorona, gritona, nací feliz, soñadora, dormilona, comelona, y callada, porque nací sin las palabras suficientes para decir todo lo que llevo dentro.

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