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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 30 dic 2020
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 31 oct 2024

A Dolores, siempre a Dolores, cada letra y todo. Siempre a ella.


Yo no era de escribir, hasta que te fuiste Tú.

Nací como fotógrafa y estudié teatro, y una vez hasta en cirquera me convertí.

Pero escribir, nunca.


No escribía porque te tenía,

para platicar,

para sobrevivir.


Recuerdo el momento exacto: no estuviste para hacerte una instantánea

y entonces la luz y el movimiento se convirtieron en palabras.


Cuatro horas después de tu último suspiro,

te escribí la primera carta,

esa que leí en la misa de tu funeral,

con la que todos, hasta los de corazón más duro, lloramos juntos.


Luego me quedé sola en la casona de dos patios

visitando tu cuarto, para sacar del ropero un suéter

y con él abrazarme para poder pasar la noche, cada noche

hasta que me acabé el aroma de tu ropa.


Entonces sentí que ya no estabas

y me aferré a nuestras pláticas

contándote en cartas mi vida, hablándote de mis plantas y mintiéndote sobre mis amores,

esperando soñar con tu consejo para ver si se componen.


Escribo creyendo que de alguna forma tú me lees

porque sé que cada página nueva es otra plática en tu sillón azul.



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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 30 dic 2020
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 31 oct 2024

Cuando llegaba el invierno conyugal y tequilero, con ese frío seco con el que a mi tierra (Aguascalientes) le daban ganas de cambiarse el nombre, mi abuela calentaba la temporada con amor a punto de turrón.


Todos los que conocían el dulce preguntaban por la receta secreta, a lo que yo contestaba, se prepara así: Dolores que es muy alta y me llama "mi chaparrita" se pone un poco de puntitas, estira la mano y baja pedacitos de cielo.


Los curiosos se quedaban satisfechos con el dulce y con la respuesta, era fácil creer la historia, pues sentían que estaban probando el cielo.


Ya no está Dolores, pero como es época de magia ella estira la mano ahora desde el cielo y pasa unos bocados de este manjar a las manos de mi madre.



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  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 30 dic 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 31 oct 2024

Ellas me enseñaron a amar. Antes creía que el cariño se debía de esparcir tal cual me salía del tálamo. Pero luego supe que, como las plantas, no todos necesitamos los mismos cuidados, el mismo cariño.


Cuando realmente amas a una persona, has de aprender a quererla como lo necesita.

dicen que ahí está el verdadero éxito del querer.


Una vez me disfracé de cactus por casi una década y me la creí, intenté sobrevivir con el poco amor que me tocaba, ese que le sobraba al que me puso en una maceta muy pequeña, ese que no me permitía crecer. A pesar de todo florecí un par de primaveras,pero fue imposible vivir con la mentira por siempre.


Tengo 41 plantas desde hace un año, pero sé de ellas como si hubiéramos vivido treinta años juntas. Una vez le corté un hijito a una de mis favoritas (un “codito” como decía mi abuela cuando quería compartir sus plantas con alguna amiga). Desde ese día se puso cabizbaja, no se recuperaba ni se terminaba de morir, entonces decidí tenerle paciencia porque comprendía lo que sentía. Cuando a mí me hicieron lo mismo, eso de sacarme el hijito, me puse seca y opaca por un largo tiempo, me mantuve con la pura inercia de vivir solo con el sol y la poca agua que me caían por casualidad.


Creo que las plantas y los humanos somos tan similares porque compartimos la misma raíz,

lo natural. Aún así, no trato de humanizarlas, no soy como otros que les hablan, es que no quiero parecer cursi, o quizá es que me siento tan bien con ellas, que no hay silencios incómodos.



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