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Salí salvaje

  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

Era la primera vez que nos veíamos 


-Tienes Aura de caballo 

-¿Por qué lo dices?

-Con algunas personas me da esa impresión, de animal-aura, a ti ve vi  y te sentí como un a un caballo

-¿Cómo?

-Te vi libre, natural, intrépida y ágil. Un poco salvaje. 


Después de eso le enseñé mi tatuaje de caballo que llevaba cubierto con la gabardina y él no conocía. No conocía mi piel, pero parecía conocerme a mí. 


-Pero no te conozco, es la primera vez que te veo, sólo esa vibra me llegó.


Fue la última vez que nos vimos. 


Joaquín no quiso tener más citas, aunque coincidíamos en la misma ciudad, aunque nos empatamos las sonrisas al saber que los dos hacíamos trabajos de antropología, aunque dijo que era guapa. No me buscó más. 


Dos días antes de tener mi cita con Joaquín, hablaba por segunda vez en terapia sobre mi caída del caballo. Angélica, mi terapeuta, me dictó un ejercicio: 


-Descríbeme a la yegua de la que te caíste 

-Fuerte, valiente, rebelde, arisca, caprichosa, sensible, suavecita 

-Ahora dilo en primera persona 

-Yo soy fuerte, yo soy valiente, yo soy rebelde, arisca, caprichosa, sensible, yo soy suavecita.


Esa misma semana, a un mes de la caída regresé a montar.  También por esos días fui a un bar, donde la luz no tocaba nada más que un punto al final del pasillo, lo que iluminaba era un cuadro de caballo del color de Marbella. Después pude ver entre la tenue luz y la fuerte música que todas las paredes llevaban pinturas de caballos. 


Ese día las manos que tocaron mi piel y dijeron “que suavecita eres”. 


Siempre he amado a los caballos, pero esta semana me salían por todas partes.

¿Qué me querían decir los cuacos? 


Mi clase fue individual a pelo y con mucha calma, para que mi cuerpo se acomodára de nuevo al caballo. Mientras me daba equinoterapia la entrenadora me contó que habían vendido a la yegua que yo montaba, por bruta, por arisca. 


Sentí que mi orgullo se reparó, que no había quedado como la peor jinete, porque la yegua era bronca, y un animal así casi a cualquiera tira. La maestra cree que a  Marbella le tiraron manganas y nunca lo olvidó, por eso se asustaba, por eso me tiró. 


El consuelo se convirtió en remordimiento, porque no tuve tiempo para hacer las paces con la yegua y me cayó una tristeza porque ya no la quisieron, la respiración se me agitó y los ojos me crecieron, tenía mucha preocupación de no saber a dónde habían mandando a Marbella, sentía mucho pesar de que la hubieran desechado por rebelde, por arisca, por fuerte, por indomable, por salvaje. Sentí miedo por ella. Y por mí. Que me habían visto como caballo, que me habían visto salvaje.  


Y me acordé de todas las veces que me han tirado manganas. Sentí todas las veces que me han querido domar, unas con golpes al cuerpo y otras a la mente.

Y me dolieron las cicatrices que me han marcado la piel y el alma. 


Caí en cuenta de que nacer salvaje es la razón por la que me han rechazado donde me debían de querer. Pero esto no me trajo melancolía, me sentí fuerte como los animales que admiro y lejos de verlo como defecto, me halagó parecerme a ellos.


Yo como Marbella me he ido lejos muchas veces sin tener tiempo de perdones.

Me he ido porque no cabía, porque no me domaron. 


Me fui de la casa donde nací, me fui de la ciudad donde crecí, me fui de los brazos que amé. Siempre termino yéndome de donde que ya no quepo. Huyendo a galope largo porque como los caballos puedo sentir el miedo de las personas.


A mis padres les sentí el miedo 

A otros  les sentí el miedo

A Norberto le sentí el miedo

 

El miedo de que les salí salvaje. 


Yo no sabía que era salvaje, aunque todo lo mío lo grita, mi cabello alborotado, mis ojos grandes, los kilómetros que he recorrido y esta forma feral que tengo de sentir mucho. 


Al parecer es obvio para los ojos de los demás, pero yo no me había dado cuenta, es de esas cosas que se ocultan frente a los espejos, pero que viéndolas lejos parecen interesantes y hermosas. Como ver una manada de caballos salvajes retozando, libres en el campo, siendo tan libres que pareciera que volaran por segundos con su crin y patas paseándose en el aire. 


Así siento que soy yo, que las personas pueden llegar a admirarme por lo que creo o por como me veo, pero al igual que con los caballos, cuando son salvajes, hay temor, porque es más fácil tratar a un caballo domado. Más fácil montar, más fácil querer. 


Durante años estuve tan ocupada queriendo a Norberto, que me tardé en sentirle el miedo. Aún cuando me lo dijo: 


-Me da miedo casarme contigo, porque sé que vas a querer más de lo que hay aquí y te irás. 


Hubo fecha, pero no hubo anillo, no hubo boda y galopé de ahí sin mirar atrás, sin dar lados ni cejar.  


Ahora que me sé salvaje e indómita no lo cambiaría por nada, aunque eso signifique que sea difícil de querer.


Pero si alguien me quiere querer, le puedo prometer que una vez que compruebe que no me tirará manganas, me voy a querer quedar, y como los caballos empataré nuestros latidos en una coherencia cardíaca en la que los dos corazones caminen al mismo tiempo y hacia el mismo lugar.


Salí Salvaje
Salí Salvaje

 
 
 

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