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Querida Yocita, tu cabello crecerá

  • Foto del escritor: Adriana Somófora
    Adriana Somófora
  • 30 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 1 may

De niña, muy niñita yo quería mi cabello largo, pero mi mamá no me dejaba tenerlo así.


Recuerdo que mis primeros enojos profundos fueron los de cada tantos meses al ir a la peluquería. 


Mi hermana llevaba una corona rizos dorados que hacían juego con sus ojos azules, yo solo un brote de pelos rebeldes que no hacían ningún contraste con el café de mirada.


Los míos eran unos cabellos que no valía la pena cuidar y era mejor cortarlos, los de ella tampoco los cortaban porque eran mucho menos rebeldes que yo que mis cabellos, sus rizos se ordenaban, mientras a mí la vida me despeinaba.


A ella sólo le cortaron el cabello cuando se pegó un chicle en la cabeza y no hubo más remedio que raparla, parecía feliz, como monje tibetano que se afeita el ego, ella sonreía jugando a que era un marcianito. Después de eso los rizos ni el dorado volvieron a nacer.


No me daba cuenta de porque me importaba tanto mi melena. 

Y es que aunque el cabello no tenga vida, a mí me dolía cuando lo cortaban.

Ahora entiendo que era lo que me dolía. Sentía que con cada corte se me iban unos centímetros de mi personalidad, de mi libertad. Del poder de decidir sobre mi cuerpo, sobre mi vida, de  mi yocita de ese entonces y en la que me quería convertir. 


Ensayaron con los cortes de mi cabello que controlaron sólo por unos años, después intentaron seguir con el rumbo de mi vida, pero ahí tampoco me dejé, mi voluntad y resistencia fueron tan fuertes como un mechón de cabellos bien organizado que puede soportar grandes cantidades de peso a pesar de su ligereza y fragilidad. 


Y así lo hice, soporte con mucha fuerza cosas que no tenía que soportar, y después de eso mi cabello tuvo la recompensa de la libertad al volar con el viento de los caminos que mi valentía ha recorrido. 


Aunque era fuerte, llegó el día en el que al  igual que a un cabello seco que troza con facilidad me rompieron. 


Pero como me enseñó mi cabellera en su ciclo capilar, renací y esta vez lo volvía a hacer para soportarme a mí. Deje de cargar a los demás y me cargué, lo hice con tal destreza que aprendía a volar como cabellos felices y alborotados en el paisaje de alguna ventanilla rodando por la carretera. 


Mi tía platica que cuando fue a verme al cunero, era de pelo rizado, pero al día siguiente cuando mi mamá pudo conocerme ya no estaban esos rizos. 

Cuando crucé en la camillita la puerta de la habitación de mi mamá me había convertido en  lacia,  era como si mi cabello hubiera decidido cambiar de último momento para agradarle a la que lo había tejido y para no quitarle el lugar a la que ya tenía rizos.  


Cuando me mudé  lejos de donde nací,  lo ondulado volvió, pensé que que era por el agua de la ciudad monstruo que no tiene tantos minerales y lo hace menos pesado.

Me equivocaba,  lo pesado era lo que cargaba en la conciencia, y con la libertad de ser yo sin cruzar ya la puerta del cuarto de mi mamá, mi cabello se sintió ligero y se empezó a retorcer y enroscar de gozo.


Querida  yocita, sigue peleando por tener el cabello largo, que pronto lo conseguirás y jamás te lo volverán a cortar. 


Querida yocita, esa queja por peinarte no es porque que no te quisieran , sí te querían, pero te querían de corte y vida corta y  tú habías nacido para cabellos y caminos largos. 


Te cuento que con los años creció el cabello, las ojeras y las ganas de vivir. 

Yocita, ya eres grande, hoy tienes 34 y tu primera protesta ya te llega a la cintura. 


Y entre más creces , menos quiero cortarte e el cabello.


Los indígenas americanos creen que el cabello es la conexión con la tierra, el espíritu y los ancestros. y yo que cada día extraño más a Dolores, quiero creer esa teoría. 


Quiero que nuestro cabello sea tan largo que alcance a llegar al cielo para que Dolores lo peine con el jugo de las naranjas de la despensa que exprimía para pegar los gallitos rebeldes.  


Y quiero que crezca tanto que se arrastre por la tierra del rancho que me vio renacer, para que se mezcle con la cantera que nos dan la magia de vivir muchos años a los Delgadillo. 


Yocita, ahora tu cabello es chiquito, pero te juro que va a crecer, yo lo he dejado muy largo para con puntadas que me enseñó Dolores tejerte una cobija, una cobija de quererte y de cumplir tus sueños. 


Una cobija que ya tiene cuatro hilos plateados que te susurran consejos, para que nunca más dejes que te vuelvan a cortar el pelo ni tus sueños. 




 
 
 

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